«Aquel que procura asegurar el bienestar ajeno, ya tiene asegurado el propio«.
(Confucio, China, ss. VI-V a.C.)
Esta es una verdad que cualquiera puede verificar, simplemente llevándola a la práctica. Todas las verdades espirituales sólo son tales si se pueden convalidar experiencialmente.
En todas las religiones, se nos dice de amar al prójimo como mandato ético. Pero Confucio le agrega una vuelta de tuerca: al trabajar por el bienestar del prójimo, tengo asegurado el mío. Por qué? Por que estamos todos interconectados, y dar nos da mucho más placer que recibir. Compartimos una esencia única, lo cual nos hace empáticos unos con otros, tanto en el placer como en el displacer. Sólo cuando el monstruo del ego y de la separatividad ocupa toda la pantalla de nuestra conciencia, nos castramos a nosotros mismos esta posibilidad de felicidad, tornándonos en acumuladores con la mirada fija puesta en el propio ombligo.
San Francisco de Asís, en su célebre plegaria, también nos aconseja: «Que no busque yo tanto ser consolado, como consolar; que no busque yo tanto ser comprendido, como comprender; que no busque yo tanto ser amado, como amar, pues dando es como recibimos…»
Probaste alguna vez de procurar el bienestar de otro? Compártenos tu experiencia!