El hombre se aferra a lo que interpreta con el conocimiento. Pero éste se halla formado por ideas, no por realidades, en una conciencia que sobrelleva una pasión por la verdad. Entonces, constituido bajo estas condiciones, el hombre no puede alejarse de esta postura. En este límite hay un concepto claro: el hombre es lo que tiene de conciencia. No puede ir más allá. Salvo que evolucioné su conciencia o llegué a un conocimiento de la verdad existencial que parece estar fuera de su comprensión, de este cerebro, con el que ha indagado en las ciencias y en las religiones. Esta verdad lleva esperando desde el momento que se halla poseído de esta conciencia pero sigue anclada en su punto inicial. A pesar del egocentrismo la mente humana parece muy pequeña para llegar a vislumbrar la pregunta trascendental. O tal vez, ella no represente el camino. Entonces ¿el pensamiento es relativo? Esto conmueve, y si bien relativiza a la conciencia, eleva a la humanidad en una defensa por su pasión, aunque al final de este balance su forma de vida se haya convertido en un absurdo existencial. El conocimiento no le ha cambiado la vida, más aún lo introdujo en una forma absurda de vida, derivada del valor material del conocimiento. Esto representa el absurdo de la existencia cuando se lo intenta solo con el conocimiento y su producto material, soslayando al espíritu, es decir a la compasión, a la solidaridad y al afecto.