La primera respuesta pareciera ser positiva, si uno piensa que el médico mide la presión arterial, el pulso, la temperatura, la frecuencia respiratoria como evaluación de los parámetros denominados “vitales”.
Mediante cuantificaciones muy conocidas de función ventricular cardíaca derecha e izquierda es posible estratificar en la práctica diaria el pronóstico de muerte de cualquier causa y muerte cardiovascular, de hospitalizaciones e insuficiencia cardíaca en los más variados escenarios clínicos.
Cuando realizamos un estudio ecoestrés, que es mi especialidad, pretendemos ser cada vez más precisos y exactos y menos subjetivos; por ello, evaluamos la reserva coronaria, la reserva contráctil, la reserva diastólica, la reserva cronotrópica, la presión pulmonar, los gradientes valvulares, el strain auricular y ventricular, todas determinaciones cuantitativas.
Seguimos los consejos de Galileo Galilei, quien dijo: “Mide lo que es medible, y haz medible lo que no lo es,” quien además sostenía que «El libro de la naturaleza está escrito en lenguaje matemático”.
Dos mil años antes, Pitágoras enunciaba que “el número es la esencia de todas las cosas”, e Isaac Newtom, autor de los Philosophiæ naturalis principia mathematica en el siglo XVII, estaba convencido de que la pragmática realidad es que la Matemática es el método más confiable y efectivo que conocemos para entender el mundo que nos rodea.
yWilliam Kelvin, físico y matemático británico (1824–1907), acuñó la frase: “Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar.”
Este último concepto es utilizado cuando se buscan indicadores de la salud en diferentes poblaciones con la intención de obtener y monitorizar datos que permitan optimizar la salud pública.
Con todos estos antecedentes, porqué creemos entonces que en medicina NO todo es medible?
Porque el sufrimiento, el dolor y en general todos los influjos emocionales de nuestros pacientes (angustia, preocupación, miedos, esperanzas) son totalmente subjetivos, imposibles de ser expresados en cifras.
El ser espiritual -del médico y del paciente- entendido como su capacidad de “ver” lo no perceptible del mundo interior, por definición tampoco tienen una magnitud numérica.
No existe instrumento que pueda valorar, en ninguna unidad conocida, la empatía, esa comunicación tan especial e importante en la coincidencia con la esencia del otro y que sin lugar a dudas es la principal herramienta en la relación médico-paciente.
El conocimiento médico se mide con mediante exámenes de acreditación, pero eso que se conocía como “ojo clínico” y que depende de la experiencia es invaluable. El logos en medicina implica más que un conocimiento; significa conocer los factores humanos que hacen a un sujeto y tampoco se pueden calcular.
La sanación completa del enfermo comienza y termina en la mente y esto también es imposible de medir.
En resumen, podemos cuantificar algunos parámetros que son importantes para el diagnóstico, pronóstico y tratamiento individual y poblacional. Sin embargo, otros factores fundamentales para la curación y sanación de nuestros pacientes no los podemos medir. (Dr. Jorge Lowenstein)
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En Medicina, todo es medible?
“El libro de la Naturaleza está escrito en caracteres matemáticos”, decía Galileo Galilei en el siglo XVI, y fundó la Ciencia como traducción matemática del Universo.
La palabra “medir” es un verbo que tiene origen del latín «metiri» y hace referencia al acto de comparar una cantidad determinada de algo con una unidad convencional de medida de ese mismo algo, en donde se establece cuántas veces esta unidad ocupa un lugar dentro de dicha cantidad.
Esto nos lleva a reflexionar acerca de qué cosas se pueden medir y cuáles no.
Desde ya todo lo material se puede medir. Todo lo que tenga que ver con coordenadas espacio-temporales se puede medir.
Pero hay cosas que son in-comparables, pues no son fraccionables. Por ejemplo, el Ser no se puede medir, pues no se puede fraccionar. Lo único que podría fraccionar al Ser sería el no-Ser, y éste, por definición, no existe.
Medir tiene que ver con números, con lo cuantificable. Un quantum, término que hace un siglo puso de moda la Física Subatómica, designa a una cantidad discreta de algo, o sea una cantidad de algo delimitable, algo que tiene un comienzo y un fin.
Medir algo requiere que ese algo tenga un principio y un fin, y que a su vez sea subdivisible en partes, que a su vez también tengan un principio y un fin.
Medir implica el tiempo y el espacio. Pero medir es siempre una ficción, pues como lo ha demostrado la Física Cuántica y los Místicos de todos los tiempos, todo está interrelacionado: no existe tal cosa como “entidades aisladas independientes”. Decimos “Juan Pérez”. Pero dónde empieza y dónde termina un ser humano? Sin su entorno, un ser humano desaparece en un segundo.
Por lo tanto, lo que podemos medir son siempre porciones de la realidad, arbitrariamente separadas de su entorno causativo. En la dimensión temporal, serán siempre fotos, pero nunca la película completa.
“Casualmente”, todo lo que se puede medir en un ser humano, nunca son variables que sean importantes para él existencialmente, que le den sentido a su vida. Su estatura, su peso, su presión arterial, todos los números que aparecen en los estudios de laboratorio, nos señalan con seguridad variables importantes en lo que respecta al buen funcionamiento de nuestros órganos y sistemas corporales, pero no determinan nuestra felicidad, paz, realización personal, amor, o sensación de satisfacción con la vida.
Pensemos algunos ejemplos: cuánto mide el momento presente?
El número que me sirve para medir, cuánto mide?
Puedo medir una mesa, pero no puedo medir cuánto mide el concepto “mesa”.
Cuánto mide el acto de medir?
Cuánto mide mi conciencia?
Parafraseando a Ernesto Sábato en su obra “Uno y el Universo”, podríamos decir que, si el Universo fuera una sopa y el acto de medir un tenedor, con ese acto captamos algo del Universo, aunque lastimosamente poco.
Y al decir del Dr.Trainini, si en el ser humano todo fuera medible, “estaríamos intentando sanar curvas y parábolas, y no un paciente que ante el juicio médico tiene el riesgo de sobrellevar no sólo su enfermedad sino además el azar de la metodología y de lo técnico.” (Prof. Dra. Ana Jachimowicz)
IMAGEN: William Blake, «El Anciano de los días.»
La conciencia, hecho fundamental y único del universo, hace que todas las analogías físicas con las humanas queden abolidas por incongruentes. No se puede reducir la conciencia a una mera estructura física. Y mucho más cuando esta es única y privativa de cada individuo. La probabilidad utilizada en los sistemas orgánicos humanos obedece a una herramienta aritmética ignorando el papel de la conciencia, verdadero atractor de la nueva física de las estructuras disipativas, que hace a cada individuo un ser único. Soslayar la conciencia en los procesos orgánicos es ignorar la verdadera integración mente-cuerpo que hace al exclusivo ser que puede adjetivar al universo íntegro a través de la interpretación que le otorga la facultad consciente. Cada respuesta, sea física o espiritual, pasa por el tamiz de la conciencia. Ante esta situación ¿cómo confrontarla con una aritmética? Evidentemente, la única fórmula de análisis singular de una conciencia es a través de la singularidad de otra conciencia.
Gracias Jorge!
Con mucha claridad destacas el fenómeno de la conciencia, irreductible a cualquier otro parámetro fuera de sí misma, en particular irreductible a los parámetros matemáticos. Evidencias así el fundamento epistemológico de la necesidad de la empatía de conciencias en el caso de la consulta médica.
Que buenos artículos !!! muchas gracias.
Gracias por tu feedback Francisco! Nos alegra de que te haya gustado!!! 🙂